Es bien sabido por los partidarios de la obra de Alejandro Jodorowsky, que
El Incal (tal vez su obra más importante y popular en cómic, aunque no la única extraordinaria) surge aparentemente de un sueño apocalíptico en el que el autor chileno atestigua el choque épico, descomunal, transformativo de dos enormes pirámides. A partir de ahí, el regreso al mundo consciente del artista chileno ha sido alterado y decide iniciar entonces una más de sus extraordinarias aventuras artísticas.
En la lectura del Tarot, en la llamada Tirada de la Pirámide, se eligen diez de los veintidós arcanos mayores con la intención de resolver dudas, preocupaciones o deseos concretos; es, de cierta manera, un asomo al subconsciente. Es en el propio sueño inconsciente donde Jodorowsky tira los arcanos y recibe la respuesta más gráfica y concreta que pudo haberse dado.
Esto fue en 1980. Unos años antes –en 1974– de manera fáctica en otro sueño a Jodorowsky se le ordena adaptar al cine Dune, de Frank Herbert, ¡cuando ni siquiera la ha leído aún! Eso tampoco impide que la primera tarea que realiza cuando el mundo despierta sea adquirir una copia de la obra, leerla y comenzar el mayor y estrambótico proyecto cinematográfico de ciencia ficción jamás filmado. Desafortunadamente, tras más de dos años de intenso trabajo de un equipo sin precedente de artistas el proyecto es interrumpido, dejando depresión y enfermedad entre sus involucrados, aunque esparciendo igualmente los muchos hallazgos logrados.
Los beneficios del ‘fracaso’...
Durante el transcurso de cinco años tras la debacle de Dune, Jodorowsky ha logrado levantarse. Entre México, París y la India ha continuado con el entramado artístico que lo delata: con obras de teatro, edición de revistas y la dirección de un filme accidentado y prácticamente olvidado (Tusk), el futuro realizador de Santa Sangre anima el espíritu artístico y logra darle el pan al cuerpo que lo sostiene. En ese punto, cuando cuenta con 50 años de edad, llega ese segundo sueño premonitorio o detonante que lo lleva a reforzar una carrera que no había echado a volar del todo en otro medio.
Volviendo a Dune por un momento, ahí Jodorowsky reunió una célula de genios artísticos en sus distintos apartados que, como veremos, definirían patrones y el futuro del cine fantástico en Hollywood durante las siguientes tres décadas (y si aquel proyecto de Dune nunca se concretó, lo que sembró, hoy día sigue dando los frutos más ricos e influyentes en el cine y buena parte de las narrativas más socorridas), compuesta por Hans Rüdi Giger, Chris Foss, Dan O’Bannon y Jean Giraud ‘Moebius’. Con Moebius, quien para entonces ya es un historietista e ilustrador de sueños y fantasías sin igual, decide retomar el vuelo quebrado en Dune; forjando un nuevo camino en el cómic que arranca con el poema ilustrado sin igual Les Yex du Chat (1978).
Y con este mismo artista decide responder a la necesidad de construir un nuevo mundo a partir de la destrucción que esas dos pirámides colisionando pueden significar...
En el lustro que se da entre el esfuerzo e imposibilidad de concretar Dune y la concreción de El Incal, Jodorowsky observa una pasarela de obras cinematográficas que parecen llevar como milagros sobre las solapas la agitación creativa detonada por él y el equipo que conformó. Filmes como Star Wars, Alien y unos años después Blade Runner, eran una realidad que se forjó con la sangre de Dune y que, de alguna manera, erosionaban el ánimo de su principal perpetrador. El choque de aquellas moles piramidales parecía ser el subconsciente que gritaba sin boca, sin posibilidad de expresarse. Había que radicalizar la cura.
Si algo queda claro en la obra de Jodorowsky como escritor de historietas, es que la imaginación puede rebasar cualquier presupuesto cinematográfico y que, por tanto, el único problema es la calidad de las ideas. Con Jodorowsky, indudablemente, nos encontramos ante uno de los pensadores más originales, impactantes y arriesgados del pasado siglo y lo que va de este, por lo que su materia prima no está falta de recursos, y más aún si hace mancuerna con un dibujante sobrenatural.
Así, además de componer un exorcismo para su creador, El Incal se revela como una space opera en la que la acumulación de eventos, personajes, géneros narrativos, estilos de dibujo y giros argumentales pueden ser dilucidados simple y llanamente como un relato iniciático, para sus autores y sus lectores.
Creando paradigmas
El Incal es una obra que se inscribe dentro de un medio e industria sumamente minimizado aún en el momento que comienza su publicación (1º de diciembre de 1980, Metal Hurlant #58), y a pesar de cumplir con cierta periodicidad y con ciertos requisitos del medio impreso y del narrativo, sus motores son atípicos y su búsqueda hoy día continúa infranqueable.
Cuarenta años después del inicio de su publicación, la percepción del medio del cómic ha cambiado, sí, aunque hoy se debate entre ser un medio de hallazgos narrativos policromáticos y la escaleta de un posible multimillonario y aburrido blockbuster hollywoodense. Por si fuera poco, el mundo sigue siendo medio redondo y no ha mejorado en nada. De hecho, el caos reinante cada vez se semeja más al propuesto por el guión de Alejandro Jodorowsky y las ilustraciones de Jean Giraud “Moebius” en El Incal: escenario distópico y apocalíptico, con los tonos sociales bien definidos por claros niveles inferiores y superiores, aunque donde para todos gobierna el mismo presidente clonado... desde hace nueve periodos; donde psicoratas se reproducen mayormente entre más miedo les tenga uno, donde hay gaviotas de concreto y los mutantes son una raza más y, entre miles cosas más, está el callejón de los suicidios... para todo aquel que lo requiera como último recurso o, para los más, aquellos que quieran pasar un buen rato viendo caer suicidas y recorrer una altura kilométrica, tan extensa como una vida.
El Incal rompe paradigmas desde su cardiaco y suicida arranque: el lector es inmerso de lleno en el agobiante problema del protagonista, John Difool, investigador de quinta quien por un grupo de mercenarios que buscan el Incal ha sido arrojado por el callejón del suicidio con rumbo al lago de ácido. Este cardiaco inicio-epílogo pone entonces las cartas sobre la mesa: estamos a punto de ver una historia que da giros, pero, más aún, que es un círculo en sí misma. Y ese círculo, aunque nos habla de una forma de uróboros, se compone de mutaciones y transformaciones, podemos saber hacia dónde nos lleva el final, pero el camino es tan ignoto y variable, que hasta antes de El Incal no había nada parecido en la historieta y buena parte de la narrativa audiovisual.
Durante ocho años, tiempo en el que se fue publicando por entregas variables de tiempo en la ya mencionada Metal Hurlant, Jodorowsky y Moebius construyeron este relato que el creador pánico le relataba y actuaba al ilustrador galo, mientras este tomaba notas y realizaba sketches que servían como paso intermedio para el dibujo y el guión final (un método que, curiosamente, se semeja mucho al utilizado quince años antes por Stan Lee con Jack Kirby y Steve Ditko para el trazo de la dramaturgia del Universo Marvel). Moebius se impuso la tarea de completar una de las páginas de El Incal (que se compone de 291 páginas de historieta) de manera diaria, lo que arroja un relato donde el dibujo puede dilatarse y encogerse en una cantidad inconmensurable de detalles dependiendo del trance vivido por los personajes o del estado anímico del propio artista.
Y así en el resultado final en la hoja de papel encontramos el viaje de John Difool por todo el Universo para restaurar la justicia y conquistar la oscuridad con la ayuda de la luz del Incal, una pequeña piedra piramidal gestada en el círculo más ordinario y profundo de la Tierra, sensible y consciente, y cuyos poderes son tan inabarcables como todopoderosos.
En su recorrido editorial (inicialmente en Francia y a través de más de una veintena de ediciones en distintos idiomas), El Incal ha transformado la percepción de guionistas y dibujantes de la industria del cómic alterando, así, lo que han hecho para obras como Spider-Man, The Ultimates, Iron Man o Transmetropolitan (desde autores como Brian Michael Bendis, Mark Millar y Warren Ellis, quienes han declarado su admiración por la obra, hasta ilustradores como el veracruzano Omar Ladrönn, quien encontró un camino a partir de la lectura de esta obra que desemboca en el encargo de ilustrar Final Incal, además de Les Fils d’El Topo, la secuela en cómic al clásico fílmico de Jodorowsky), y a la vez es objeto del interés de varios cineastas para adaptarla al cine, como es el caso de Ridley Scott (hablando de paradojas absurdas) y Nicholas Winding Refn, quienes han trabajado y trabajan en adaptaciones animadas y de acción real.
El círculo parece cerrarse de nuevo, y el fracaso inicial ha provocado un cambio ‘universal’.
Esta ‘crónica’ de la heroica gesta iniciada para alcanzar El Incal, queda entonces como simple agradecimiento y tributo para una serie de artistas y creadores comandados por Jodorowsky, y quienes ‘alcanzaron’ la luz hace 40 años. Que cada lector aborde y comprenda directamente por cuenta propia la historia de esta épica, pues es mejor descubrir por cuenta propia los símbolos o giros de tan rico tapiz historietístico (sin olvidar las precuelas, secuelas y tie-ins o historias relacionadas, todas escritas por Jodorowsky e ilustradas por un rosario de artistas del más alto nivel, como la soberbia La Casta de las Metabarones, ilustrada por el finado Juan Giménez).