
Hace nueve años en la colección “La Biblioteca Argentina, serie Clásicos”, este proyecto del diario Clarín llegó a su fin con la publicación de El Eternauta, historieta escrita por Germán Héctor Oesterheld y dibujada por Francisco Solano López. Sin duda, menudo honor para una historieta en medio de clásicos de la literatura de aquel país.
En el prólogo que acompaña dicha edición, el periodista y escritor Juan Sasturain, junto a El Eternauta menciona a Martín Fierro como un par de ejemplos de clásicos que rompen con la rigidez del resto de obras valoradas en dicha colección: no se trata de novelas, tan sólo de narraciones en formatos menos obvios. Y así, Sasturain descarga sin pena al respecto de éstas dos: “Si algo jamás tuvieron de clásicos, fue la pretensión”.
En ese sentido, se sabe que Oesterheld al momento de idear El Eternauta sólo buscaba crear una historia más, dentro de su oficio de guionista de historietas, aunque instalada en la ciencia ficción y buscando renovar y acoplar el género al tiempo y al espacio.
Para 1957, el gobierno de Juan Perón había caído ya bajo el golpe militar, la inestabilidad política se instalaba de forma tan cotidiana, como lo hacían en todo el mundo –incluyendo Latinoamérica, por supuesto- la ciencia ficción hollywoodense (que hablaba de la Guerra Fría, la ‘amenaza comunista’ y la Era Atómica encarnadas en metáforas que tomaban la forma de amenazas de látex y gore en blanco y negro) y la de Superman y Batman desde la tribuna de los cómics.
Oesterheld escribía todos los guiones de las varias historietas que se serializaban en Frontera, su esfuerzo editorial; en México, José Guadalupe Cruz hacía lo propio guionizando una docena de historietas para sus Ediciones J. G. Cruz, aunque ninguna con metáforas tan politizadas como El Eternauta… tal vez la aparente estabilidad y el desarrollo brindado por el gobierno de Adolfo Ruiz Cortines imposibilitó la necesidad de una queja en forma de metáfora fantástica.

Para detener la avanzada imperialista cultural Oesterheld pensó entonces en situar un relato de ciencia ficción en la Argentina del momento, haciendo de los sitios y referencias cotidianas parte importante del mismo relato. Buscaba que el espectáculo importado del mundo anglosajón no fuera la única referencia cultural que el espectador pudiera absorber; se trataba de un esfuerzo por darle referencias al público argentino.
Así, el 4 de septiembre de 1957, y durante las siguientes 116 semanas, Oesterheld y Solano López en el recién inaugurado Suplemento Semanal Hora Cero, iniciaban la crónica de El Eternauta, un relato apocalíptico de vocación visionaria.
La historia inicia en una de las soledades más grandes, aunque igualmente más prolíficas: la del escritor sentado frente a su mesa de trabajo y su máquina de escribir. Ahí, en un juego de espejos delicioso -y apenas el comienza de una sucesión sorprendente-, la epifanía se materializa frente a él en forma de un hombre. El narrador, por supuesto el mismo escritor, de historietas por cierto, tras la sorpresa y terror de una materialización atina a describir a un ser cansado y angustiado. Como el extraño explica poco después, se trata del Eternauta, mote que según sus propias palabras le obsequió un filósofo del siglo XXI, por su condición “de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos”.
Y a continuación, el escritor, transformado ya en cronista, cuenta la historia transmitida por el Eternauta, iniciada en 1963 (cinco años en el futuro, entonces) cuando todavía era conocido como Juan Salvo, aquélla noche en que una extraña y repentina nevada marcó el primer día de la muerte de la civilización.
La nevada no sólo se sintió como un mal augurio, sino que se trató del primer paso de una civilización extraterrestre para acabar con la humanidad. Los sobrevivientes comprenden entonces que, a pesar de la ley de la jungla que seguramente reina entonces en las calles, la conjunción de esfuerzos es la única posible solución contra el enemigo extranjero. Así, las células de sobrevivientes poco a poco se van adentrando en la desolación resultante y conocen al enemigo... bueno, tan sólo a una de sus partes.
Oesterheld y Solano López entonces realizan una apreciación, en forma de aventura fantacientífica, acerca del hombre común, la familia y sociedad, y sus posibilidades ante el totalitarismo interno y ajeno a Argentina, y de ahí a Latinoamérica y el mundo.

Los ‘cascarudos’ y los ‘gurbos’, monstruosidades alienígenas que funcionan como fuerza de choque, no son más carne de cañón extraterrestre que los propios ‘manos’, aquellos seres cercanos a la forma humana con grandes cabezas y un juego de 14 dedos en cada extremidad y quienes, a pesar de ordenar las acciones de las criaturas mencionadas y las de humanos programados, son igualmente utilizados por los ‘ellos’, las entidades diseñadoras de esta invasión, y que por supuesto nadie conoce.
El cierre circular de El Eternauta, que deja al escritor-narrador del suceso con una tarea bien clara (contarnos la historia que hemos leído ya), aunque con muchas dudas y temores ante la aparente inminencia de la catástrofe futura, parece mostrar tanto el sentir de Oesterheld como, igualmente, revelarle o gradarle una intención que ya venía marcada en su destino; después de todo, en el título completo de la obra parece leerse claramente una revelación: “Una cita con el futuro: El Eternauta, memoria de un navegante del porvenir”.
Durante los años siguientes, aunque todo parece parte de una misma trama, se trata de dos posibilidades distintas, la realidad y la ficción, que finalmente llevan el mismo cauce: Oesterheld simpatiza fuertemente con los movimientos políticos juveniles, se suma a la militancia para construir un Gobierno Popular, y ya iniciados los 70 se une a la organización guerrillera Montoneros. La renovada conciencia social y política del escritor ya se perfilaba desde aquella línea puesta en voz de un ‘mano’ en El Eternauta, como advertencia a los lectores, a la sociedad: “empezar a sentir miedo, es empezar a morir”.
En 1969 realiza junto con Alberto Breccia (auténtico genio que logró momentos sin precedente en la plástica de la historieta) una nueva versión de El Eternauta cuyo expresionismo gráfico subraya el carácter ya abiertamente militante de esta nueva apreciación: ahora, sólo se trata de Latinoamérica contra los extraterrestres, pues los países ricos son quienes los han vendido. Esta versión, por supuesto, es censurada y terminada abruptamente.
La militancia se concentra y la represión crece aterradoramente: Oesterheld es secuestrado, y sus cuatro hijas y dos yernos, como miles más, son asesinados entre 1976 y 1977.
Precisamente en abril de 1978, cuando se considera que fue asesinado en una prisión clandestina, finaliza la publicación de El Eternauta 2, secuela también dibujada por Solano López, y en la que el escritor-cronista de la primera, ya ahora identificado como Héctor, entiende ya su condición como viajero del tiempo, como conciencia inacabable.
Allí, en el éter, entre conciencias, realidades y posibilidades, Juan Salvo y Héctor Oesterheld seguramente continúan observando y cuidando de la libertad desde el camino que hace medio siglo iniciaron.