miércoles, 2 de mayo de 2012

DORORO, por Osamu Tezuka

DORORO, por Osamu Tezuka

Vertical Inc.

25 dólares

A Osamu Tezuka no sólo se le recuerda por haber creado grandes sagas en manga –con lo cual sería suficiente-, sino igualmente por hacer de su misma obra una escuela e, inclusive, un género distintivo, y con el cual vino a revolucionar la narrativa, con ello abriendo las puertas para otra revolución, ahora en el anime.

Nacido en Osaka, Japón, el 3 de noviembre de 1928, Tezuka se matriculó en Física, con una especialización en Medicina; a los 20 años decidió dejar su carrera profesional por el manga, y aunque no fue el primer creador de este medio, sí fue quien le dio distinción a esta historieta haciendo de la misma un género internacional al brindarle efectos dramáticos y psicológicos, tomados directamente del modo del cine francés y el cine alemán expresionista. Desde luego, esos ojazos negros distintivos de los personajes de los manga se le deben a Tezuka.

Fue así que el manga comenzó a definirse por sagas larguísimas que comúnmente llegaban a sobrepasar las mil páginas. Todo esto ha llevado a conocer a Tezuka como el “manga no kamisama”, es decir, el ‘Dios del Manga’ y cuyos logros y propuestas han logrado que exista un museo en su nombre. Tezuka falleció en 1989.

En 2007, DORORO fue adaptada al cine en acción real y se convirtió en un hitazo en Japón. Y es ahora gracias al sello Vertical, que podemos leerla en Occidente a través de su traducción al inglés. En 2008, esta obra fue publicada en tres tomos, y ahora que ésta se encuentra agotada ha sido rescatada en un sólo volumen que sobrepasa las 800 páginas.

Aunque por título este manga lleva el nombre del ladronzuelo coprotagonista, la historia realmente se centra en la cruzada de Hyakkimaru, un ronin que anda en busca de 48 demonios que llegaron a un acuerdo con su padre, un samurái que prometió dividir entre ellos los miembros corporales de su hijo a cambio del poder sobre todos los reinos del lugar. Hyakkimaru se acompaña de un supuesto ladronzuelo, el mentado Dororo, y con éste como aliado va destruyendo a cada demonio con la esperanza de recobrar miembro por miembro de su cuerpo.

La aventura de Hyakkimaru, entonces, es una excusa maravillosa para que Tezuka desarrolle una historia de acción muy disfrutable, en la que el héroe combate a varios yokais, aquellos espíritus de la naturaleza y objetos que han poblado la ficción japonesas desde hace varios siglos.

De cierta forma, esta serie recuerda un poco a la saga de Alef Thau, de Alexandro Jodorowsky y Arno, en la que el personaje central es un joven sin brazos y piernas en busca de la iluminación. No obstante, DORORO precede por casi dos décadas a la mencionada serie. Cuarenta años después de su concreción (se serializó entre agosto de 1967 y julio de 1968), DORORO puede ser vista finalmente por nuestros ojos.

“Nadie nace completo”, reza el lema de esta obra, y la realidad de Hyakkimaru es metáfora para el lector. Hyakkimaru no sólo debe ir destruyendo demonios sino, igualmente, comprenderse a sí mismo: a cada monstruo que derrota, éste queda grabado en su cuerpo con cada miembro que regresa a su lugar de origen, y que le permite comprender más su ser y su derredor.

Efectivamente, DORORO funciona como un relato de descubrimiento, en el que Hyakkimaru va entendiendo y construyendo su mundo conforme integra su cuerpo y su ser. Por el otro lado se encuentra Dororo, un personaje explosivo, que puede ser grosero o simpático, y que contrapuntea la iluminación hacia la que parece ir Hyakkimaru conforme se va integrando, pues el ladronzuelo siempre está concentrado en la acción y los madrazos, y difícilmente pone atención otra cosa, incluso en su propio y real sexo.

Es así que por un lado está el festín de acción, y acompañándolo se encuentra el discurso sobre el aprendizaje. Hacia el final de la historia la construcción y montake de las viñetas parece volverse más común, haciéndonos creer en cierto momento que la lectura ha caído. Sin embargo, igualmente recordamos que estamos ante una lectura que está pensada para toda la familia, y entendemos entonces la grandiosidad de Tezuka, quien de una historia supuestamente infantil hace toda una épica.