En la historieta mexicana la gesta revolucionaria, y en menor grado la de Independencia, ha resplandecido como auténtico escenario de hazañas heroicas, en el que sin remordimiento alguno cabe la realidad y la ficción.
En la historieta mexicana, los héroes que nos han dado patria visten como la historia visual nos lo ha dicho (en el caso de la Independencia, como lo asumieron los retratos, ilustraciones y caricaturas que comenzaron a producirse desde 1926 cuando, más o menos de forma sistemático, iniciaron su aparición con el diario El Iris), sus actos nos remiten a lo escrito por la historia oficial; pero, igualmente, hay ocasión para las licencias más allá de la poesía, dando paso, así, a momentos de alucinación natural a la historieta mexicana. Casi como la ópera o el cine, los conflictos armados y sociales presentan los ingredientes necesarios de todo gran espectáculo: drama, acción, suspenso que en conjunto crean sensaciones sonoras y atmosféricas. Sin duda, el cómic internacional ha sacado partido de la vitalidad y el dramatismo de los conflictos humanos; no obstante, dudamos que exista un acercamiento tan variado como el que se ha hecho en México.
Armas políticas
Si tomamos a la caricatura como antecedente directo de la historieta en México, prácticamente podemos entender a ambas como productos de la Independencia. En el número 104 (de 1972) de Los Agachados, Rius explica: “La caricatura en México nace pocos años después de consumada la Independencia […] la Nación, asegún parece, era en aquellos años una olla de grillos, y los primeros caricaturistas tenían ocasión de ridiculizar las acciones (también ridículas de aquellos políticos, muchos de ellos hoy considerados héroes)… así nos damos cuenta que el nacimiento de la caricatura coincide con el de la crítica; es decir, nace como un arma política”.
Y el parque de aquella carabina apuntaba hacia el nuevo gobierno. Porfirio Díaz se convierte en el personaje favorito de los caricaturistas y de revistas como Bulle Bulle y El hijo de El Ahuizote, desde donde una sociedad nueva comienza a recibir información que será importante para el inicio de la Revolución, mientras los caricaturistas sufren censura o exilios forzados, como sucedió con Gabriel Gahona “Picheta”, quien fue enrolado en el Ejército para aplacar su pluma, o como con Ernesto “El Chango” García Cabral, quien fue becado a París por el gobierno de Francisco I. Madero, gobernante harto ya de la sátira que de él y su esposa hacía el fenomenal ilustrador.
Previo y posterior a la Revolución, la caricatura política de protesta juega un papel importantísimo en lo que queda de la prensa subversiva ante la mayoría de una prensa al servicio del Gobierno. Con las campañas alfabetizadoras que se dan en México a partir de 1922 (iniciadas por José Vasconcelos, al frente de la SEP) y sucesivamente, en un par de décadas el número de mexicanos alfabetizados supera el de iletrados, aunque la lectura continúa siendo un acto prácticamente elitista.
Dentro de ese escenario la aparición de Paquín, la primera publicación mexicana dedicada exclusivamente a presentar historieta (seguida por Pepín, Chamaco y otras), viene a romper con esa barrera en la lectura, pues se trata de literatura al alcance de todos gracias a sus tirajes millonarios, y su costo y lenguaje accesible.
Como el dibujante Ramón Valdiosero lo explica en el tomo II de Puros Cuentos (Grijalbo/Conaculta, 1993), heroica investigación de Juan Manuel Aurrecoechea y Armando Bartra: “Mucha gente aprendió a leer para entender los pepines. El resorte fue querer saber lo que decían los monos; porque el que leía le platicaba al otro: ‘Mira mano, éste es el que domestica al toro para que mate a Joselito’, y pues se ponían a leer”. Y entre las páginas de estas publicaciones, entre los melodramas de Yolanda Vargas Dulché, Antonio Gutiérrez y Guillermo de la Parra (Yesenia, Ladronzuela, Geisha), el thriller de barrio bajo de José G. Cruz (Ventarrón, Doctor Benton, Santo, el enmascarado de plata), la socarrona comedia costumbrista de Gabriel Vargas (La familia Burrón), y las variaciones nacionales a mitos yanquis por Joaquín Cervantes Bassoco (Wama), Sealtiel Alatriste (Escuadro 201), entre muchos otros autores y obras más, es que en las páginas de estas publicaciones se cuelan, como si fueran misterymen, protosuperhéroes, tanto los mitos como los hechos de la Revolución.
Es en 1936 cuando las andanzas de Doroteo Arango y su alter ego, Pancho Villa, se refractan en las páginas de la historieta y encuentran continuación heroica. Tras su exitoso paso por literatura y cine, Villa asume de forma natural su nuevo escenario y, bajo la pluma de Elías Torres y los dibujos de Ignacio Sierra, deviene aventurero inmortal en las páginas de Sucesos para todos, publicación de Editorial Sayrols. Ahí, como se documenta en Puros Cuentos, el periodismo interpretativo está a la orden del día encontrando, incluso, respuestas a enigmas históricos; y es así que vemos, por ejemplo, a Ambroce Bierce morir bajo la pólvora de los soldados de Villa, cuando el escritor estadounidense le revela al centauro del Norte su intención de pasarse a las filas de Carranza, pues ya está cansado de andar con ‘bandidos’.
La figura y andanzas de Villa es material puesto para la hipérbole de la historieta mexicana y extranjera. Es, tal vez, la figura de la Revolución más rentable en la historieta, y así lo demuestran títulos como Pancho Villa su vida y anécdotas, en los 50; Hechos reales de Villa y sus Dorados, en los 60; y sus diversas participaciones en títulos dedicados a la Revolución o a la vida de personajes célebres, como Vidas ilustres, publicado por EDAR y Biografías Selectas, de Editorial Argumentos, durante los 70; Por favor… , de Editorial CITEM y ¿Quién fue?, de editorial Vid, en los años 80. Aunque no sin prejuicios, su fama llegó hasta las páginas del cómic extranjero, como en el caso de Pancho Villa, editado por el sello estadounidense Avon en 1950, a un precio de 10 centavos de dólar, y en el que se lee en la portada: “Mexico’s No. 1 Bandit”; o en la peculiar serie inglesa publicada por L. Miller & Son Ltd. También a mitad del siglo pasado y que parece sobrepasó los 50 números, Pancho Villa, The Robin Hood of Mexico, a un precio de seis peniques.
Ya en menor medida, multitud de insurgentes y revolucionarios poblaron los episodios de algunos de los títulos mencionados, junto a otros como Mujeres célebres, Episodios reales de la Revolución y Hombres y héroes.
Otro caso peculiar de la Revolución en la historieta, aunque no tan multiforme como el de Villa, es el de la mítica mujer revolucionaria que en Adelita y las guerrillas (“El semanario de la aventura y la emoción”, anunciaba en portada), historieta realizada y publicada por José G. Cruz durante buena parte de los años 50, donde pasa de simple soldadera a toda una aventurera cosmopolita que derriba las barreras del tiempo: centradas en Jalisco durante la década de los 30, las aventuras de esta mujer la pueden ubicar con Victoriano Huerta o enfrentar con gangsters de la prohibición estadounidense, la llevan a aliarse con Juan sin Miedo o a enamorarse del Charro Negro. Como es de esperarse, la imaginación sin concesiones de Cruz consolida una narrativa intensa, barroca e inolvidable.
Pero no todo fue desenfreno en la historieta mexicana sobre la Independencia y La Revolución. Si los mismos paquines, pepines, chamacos, muñequitas y demás tempranas historietas sirvieron en México para fortalecer la alfabetización en la temprana nación mexica, la misma crónica de estos eventos en el formato de la historieta sirvió para continuar con los esfuerzos educativos y culturales de la SEP durante los años 70, con la revista Relámpago (que se vendía en los Centros de Alfabetización a 20 centavos, 80 por debajo de su precio en puesto de periódicos), y en los 80 con la realización del sobresaliente proyecto de México. Historia de un pueblo, una colección de 20 novelas gráficas de 80 páginas cada una, publicadas entre 1980 y 1981, y que cronicaban nuestra historia desde la llegada de los españoles, hasta el final de la Revolución. Este esfuerzo editorial compartido entre la SEP y la Editorial Nueva Imagen estuvo a cargo de Paco Ignacio Taibo II y Sealtiel Alatriste Lozano, este último, escritor quien inclusive realizó el guión del volumen “La rebelión de Canek”, ilustrado por su padre, el dibujante Sealtiel Alatriste Batalla. México. Historia de un pueblo, permanece como un esfuerzo sobresaliente de investigación, realización y producción dentro del medio nacional, en el que colaboraron una buena cantidad de escritores y especialistas, al lado de profesionales de la historieta mexicana, como Rafael Gallur, Ángel Mora y Antonio Cardoso, y extranjeros como el argentino Leo Duranona.
Por supuesto, durante los 60 y 70, también está muy presente el trabajo informativo y analítico realizado por Rius, en las páginas de Los Supermachos y Los Agachados. Entre los cientos de temas abordados por este historietista no faltó su acercamiento a estos eventos desde diversos puntos de vista y aspectos. Desde la exaltación de algunos personajes históricos (y la reprobación de otros) hasta la pregunta de si la Independencia y la Revolución fueron efectivas, en el discurso de Rius se encontró un importante bastión del periodismo crítico durante aquellos años.
Y tras esta nutrida oferta de historieta histórica en México, ¿cuáles han sido los acontecimientos recientes?
Pues como sucede con el resto de historieta mexicana al momento: no hay mucha oferta, pero ahí parecen asomarse algunos esfuerzos. Desde febrero de 2009 se anunció un proyecto que la Comisión de Apoyo a los Festejos del Bicentenario de la Independencia y del Centenario de la Revolución de la Cámara de Diputados propuso a la SEP, para realizar diez cómics, cinco para la Independencia y cinco para la Revolución, destinados a los niños de primaria.
Y el otro es la Serie Bicentenario, un proyecto iniciado por el dibujante José Luis Pescador y que aparentemente estará conformado por 12 historietas (cada una centrada en un personaje clave de estos sucesos, y de ahí desarrollando la crónica) que comenzarán a distribuirse en mayo. El proyecto está apoyado por varias instancias, como la Universidad Iberoamericana de León y el Ayuntamiento del mismo Estado, por lo que inicialmente se distribuirá en esa área [hasta el momento ignoro si este trabajo puede conseguirse fuera de León]. Este proyecto reúne igualmente a escritores como Paco Ignacio Taibo II, José Luis Palou y F. G. Haghenbeck, e historietistas como Edgar Clément y Federico Blee.
¿Habrá otros proyectos en historieta que se concreten para este festejo? ¿Se consumarán estos que han sido cantados? ¿Estarán listos antes de estos festejos, o serán para las próximas conmemoraciones? ¿Qué futuro le depara a la historieta mexicana? [Tras la publicación de este texto, me llegó una publicación que desconocía: Nueva Historia Mínima de México, y que comentaré en el siguiente post]
¿Continuará?
*Este texto se publicó originalmente en el suplemento El Ángel, del diario Reforma, el domingo 22 de agosto.
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