viernes, 27 de marzo de 2009

Love and Rockets


A pesar de que en este espacio se ha hablado en varias ocasiones de Love and Rockets, de vez en cuando continúan perguntándome sobre esta obra maestra en constante evolución. Tal parece que el texto que leerán abajo aún no ha sido leído por varios interesados, a sí que procedo a subirlo nuevamente, tras prácticamente un par de años que se públicó originalmente en el suplemento El Ángel, del diario Reforma, con motivo del cuarto de siglo de esta obra de los hermanos Hernández. No está de más recordar que esta obra se ha convertido ya en una publicación anual, y a mediados de 2009 aparecerá el número 2 de esta nueva etapa del título.

Jaime y Gilbert Hernández han vivido inmersos en un universo de cultura pop y popular… que no es lo mismo. Su pasado familiar se remonta a Chihuahua, México, aunque su historia personal se ha escrito en Oxnard, California. El caldo de cultivo en el que han laborado, por tanto, se compone del cine de Russ Meyer como del protagonizado por luchadores; de las épicas en colores apelmazados de Jack Kirby como de la crónica costumbrista de La Familia Burrón; de la escena punk angelina como del mariachi y la norteña mexicana. Tanto del milagro mexicano como del sueño americano.

Ese rico encuentro ha ofrecido desde hace 25 años la historieta Love and Rockets (por supuesto, Daniel Ash, Davi J. y Kevin Haskins tomaron de aquí el nombre de su banda de rock), un mosaico como pocos de chicanos, pochos, y algunos mexicanos y estadounidenses, habitantes de pueblos ficticios, aunque de realidades bien construidas a partir del ojo clínico de sus autores.

Los Hernández durante este cuarto de siglo han logrado una narrativa apabullante: una prosa rica en matices, detalles y un peso psicológico admirable. Con esto podría ser suficiente, pero los Hernández son autores redondos, escriben y dibujan.

Es con ese último aspecto el que parece colocar a estos autores un peldaño adelante al de sus colegas contemporáneos. Porque a los Hernández, como es de esperarse, se les ha intentado celebrar con etiquetas que los bautizan como autores descendientes de Federico García Lorca, y el realismo mágico de Gabriel García Márquez e Isabel Allende, aún cuando ésta última comenzó su carrera en el mismo momento que los historietistas.

Indudablemente existen puntos en común en la narrativa de estos contadores de historias más allá de la nacionalidad latina, ese amasiato del realismo con lo fantástico entendido como variaciones de la misma existenciaestá presente en Love and Rockets.



Pero la narración y la crónica desarrollada por los hermanos Hernández parecen encontrar a estas alturas mayores logros si hablamos del encuentro de la ilustración y la palabra en sus viñetas. El talento de los Hernández demuestra que en la historieta el dibujo no trabaja como un condensador de la narrativa escrita, sino que funciona como parte de una unidad con la palabra misma; es decir, más que un diálogo, un apoyo mutuo, entre las imágenes y los vocablos la presencia de ambos elementos parece funcionar entonces como el movimiento de una sola entidad, ambos se entrelazan y a tiempos componen la evolución de una misma voz.

Si los personajes de los Hernández nacieron teniendo ya una madurez envidiada por los de otros autores que se quedan esperando durante toda una carrera profesional, hay que ver la increíble evolución que estos han tenido en su cuarto de siglo de vida.

En el mundo de la historieta existen muchos personajes que han permanecido décadas imprimiéndose mensual y hasta semanalmente en comic books o en diarios; pero realmente escasos son aquellos que permanecen por varios años siendo realizados por su autor original y, sobre todo, presentando una evolución en su figura y carácter, algo casi impensable en un mundo en el que Bruce Wayne y Peter Parker no han envejecido más allá de un cuarto de su vida en 70 y 40 años, respectivamente, de historia.

Cuando en 1982 apareció Love and Rockets, el pasado reciente de los Hernández como jóvenes activos de la escena Punk se percibía claramente: el primer número fue producido de manera independiente -se tiraron tan sólo 1000 ejemplares que se distribuyeron como fanzine, de mano en mano y a través de correo. Éste cayó en manos de Gary Groth, fundador del sello Fantagraphics y editor de The Comics Journal -revista igualmente importantísima en el desarrollo de la historieta independiente-, y decidió que esa sería la punta de lanza de su esfuerzo editorial, hoy mismo escuela innegable de la historieta estadounidense experimental.



Aquel primer número resultó explosivo e interesante, sin duda; pero nadie imaginó lo que iba a suceder con el discurso de los chicanos. Mario, el mayor de cinco hermanos Hernández, fue quien detonó el proyecto, Beto presentó BEM (una locura de monstruos y ciencia ficción) y Jaime presentó MechanX (un extraño pastiche de aventuras, ciencia ficción y realismo mágico).

Pero cosa de tres números después los cambios fueron radicales: los personajes de Jaime dejaron la isla africana en la que se encontraban varados en medio de dinosaurios y una revolución, para regresar al pueblo de Huerta (la versión de Xaime de Oxnard) y persistir el día a día; Beto, por su parte, terminó con las formulas fantásticas para desarrollar una crónica de vida y generaciones en el pueblo de Palomar, el arquetípico pueblo latinoamericano. Los personajes de los Hernández, aunque distintos y en escenarios diferentes, logran reflejar la misma incertidumbre ante la vida que sus lectores conocen. Se trata del trabajo de narradores consumados.

Y fue entonces que ya nadie paró a los Hernández. La experiencia y la práctica como historietistas y narradores se las dio la vida misma: desde niños aprendieron a convivir en una casa pequeña entre historietas; su madre lectora ávida de este medio fue quien les legó el gusto por el mismo y por hacer dibujos en base a los personajes que más les agradaban a cada uno. Mario se alejó de la historieta conformé las mujeres y otros intereses entraron en su vida, y cuando veinte años después se interesó de nueva cuenta se sorprendió al ver que Jaime y Beto habían continuado creando sus historias y depurando, de la nada (bueno, si es que la vida es nada) su estilo.

Y así, en 1982 apareció el primer número de Love and Rockets, producto de fuerzas naturales y del espíritu del Punk: “hazlo tú mismo”. Tal vez la crónica latinoamericana más sorprendente en la historieta, hecha por un par de autores trascendentes para el Realismo Mágico, y quienes lo enriquecieron en un momento en el que no sabían, siquiera, de la existencia de un libro que se llamó Cien años de soledad.

3 comentarios:

Jair dijo...

Yo me entere de Love and Rockets por este mismo articulo cuando lo escribiste para Toque de queda y desde ese momento, al igual que con otras historias de las que has escrito, me entro mucha curiosidad por leerla.
En fin, después de leer este articulo conseguí heartbreak soup y desde ahi quede enganchado, para empezar porque nunca había leído algo similar, la manera en que las historias de Palomar se iban formando a traves de sus personajes esta muy cabrona, me quedo con el momento donde los fantasmas de Pintor, Tico y el otro que no me acuerdo se aparecen debajo del árbol.
Por esta columna he descubierto muchas historias que de otra manera no hubiera podido encontrar, y por eso, gracias.

Saludos.

Morningstar dijo...

El dueño del changarro, aquél momento que citas, sin duda, es uno de los más mágicos, aterrorisantes,sensibles e inolvidables del arte secuencial (me consta que varios lo recordamos). Y lo maravilloso de Love and Rockets es que es un trabajo plagado de estos. Qué bueno que te diste la oportunidad de inmiscuirte en esta obra. Saludos.

Morningstar dijo...

Aterrorizante...